Cada año, miles de personas visitan la localidad de San Pedro Cutud donde los penitentes caminan descalzos y se flagelan el cuerpo mientras otros son crucificados
Los voluntarios para la crucifixión esperan que sus plegarias se hagan realidad, las cuales, por lo general, tienen que ver con la curación de un ser querido. "Es como una aguja que atraviesa mi mano. Después de dos días estoy listo para volver a trabajar", explica este hombre que vende panecillos en los autobuses.
Estas crucifixiones tienen lugar en la región desde hace décadas, a pesar de la desaprobación de los obispos filipinos. "Los obispos repiten desde hace tiempo que desaprueban (esta práctica). Pero la gente se sacrifica por los otros", explica el hermano Francis Lucas, responsable del servicio de prensa de los obispos filipinos, quien lamenta que estas escenas sirvan de atracción turística.
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